lunes, 9 de diciembre de 2013

Otoño.

Mi idea era simple. Despertarme muy temprano por la mañana y coger el primer tren que saliese de la estación. Era un espectáculo que no estaba dispuesta a perderme otra vez. No esta vez.

Todo estaba listo. La pequeña maleta que había llenado con vestidos, medias y jerseys listos para acompañarme en mi travesía junto con un par de botas que abrigasen bien porque sino los pies se me iban a congelar. Unos cuantos pares de guantes, bufandas y gorros. La pequeña maleta estaba a punto de explotar por la cantidad de ropa que llevaba dentro, pero al intentar cerrar la cremallera, me daba cuenta de lo cerca que estaba ya el momento de partir y de las ganas que tenía de que la hora llegase tan pronto como se iba haciendo de noche. 

Cogí un bolso, el cual llené de cosas innecesarias, como siempre lo llevo, donde curiosamente tengo de todo lo que los demás necesitan y que considero importantes a diario, aunque no lo use todo siempre. Mis guantes favoritos iban dentro, junto con las gafas de sol y el pintalabios, "que nunca falte el pintalabios", pensé. Pero había algo aún más importante que no debía olvidar meter en el bolso, algo de lo que nunca me despego ni para dormir: mi colgante, ese que tiene una forma tan peculiar y personal; ese que le gusta a todo el mundo por lo único que es; ese que me da mucha suerte cuando la necesito. El colgante con forma de corazón que lleva inscrita una frase, la cual nunca recuerdo por desgracia. 

Lo había dejado todo predispuesto sobre mi cómoda la noche anterior para que a la mañana siguiente todo saliese como estaba planeado. Me dispuse a dormir pero los nervios me habían invadido y ni el calorcito de la estufa iba a poder conseguir que me durmiese, así que me puse a pensar en el mar, eso siempre me calma y me hace dormir.


Cuando me desperté aun le quedaban unos minutos a la alarma del móvil, se veía que mis ansias por irme ya eran grandes, pero esperé al que el móvil sonase para levantarme de la cama, todavía me quedaba tiempo. Mientras me vestía pensaba en lo feliz que aquel viaje me haría, en las ganas que tenía de llegar ya y disfrutar de todo aquello. Me puse mi vestido rojo que tiene un broche en la cintura, ese vestido que llevé la primera vez. "La primera vez" pensé, y la nostalgia invadió todo mi ser provocando que algunas lagrimas brotasen sin que pudiese controlarlas. Pero aun quedaba mucho día por delante. Así que seguidamente me puse las medias y los botines negros. Ya estaba lista para ir a desayunar antes de coger el esperado tren.


Me tomé un café y decidí llevarme envuelto el pan con mantequilla porque de los nervios no podía ni comer. Estaba tan nerviosa que me llevé una tila para el camino, a ver si me iba a dar algo. Me acerqué al espejo para maquillarme, "un poco de rimmel... sombra de ojos... un toque de color en las mejillas...  pintalabios.. y ¡lista!" pensé.

En unos minutos ya estaba perfecta para salir por la puerta, solo faltaba colocarme el sombrero de lado, el abrigo y coger la maletita y el bolso. Y al salir por la puerta me di cuenta que algo me faltaba, algo esencial sin lo que no podía irme, el pañuelo. Entré corriendo por la puerta cruzando el pasillo hacia mi habitación y cogí del armario el pañuelo azul, por suerte estaba justamente donde hacía seis meses lo había puesto la última vez. Ese pañuelo guardaba muchos secretos de aquello que me esperaba en el viaje, iba a volver a sentirme como hacía seis meses, o eso esperaba.

Al llegar a la estación de Dublín compré el billete a Wicklow, aunque aún me quedase una hora y unos minutos hasta mi destino. Al subirme al tren recordé lo maravilloso que había sido haber hecho ese viaje unos meses antrás, cuando fui por primera vez a visitar a mi amiga Mery, donde todo había comenzado, sólo de pensarlo me estaba acalorando ya que le echaba mucho de menos, y de que, a pesar de todo este tiempo, seguía sintiendo lo mismo que la primera vez que le vi.

Miré por la ventana y las hojas con tonos rojizos y anaranjados me acompañaban durante mi camino. En cada estación en la que parábamos se podía observar el cambio de paisaje, de la ciudad al campo, del color cemento de los edificios al verde limón de los campos y los árboles amarillentos casi rojizos por el otoño que poco a poco iba dejando paso al frío del invierno. 

Pero mi destino se hallaba cerca, al otro lado de la estación, esperándome con un ramo de rosas en la mano y una sonrisa de oreja a oreja, sus ojos reflejaban la felicidad de verme después de tanto tiempo y la necesidad de darme un beso. Tantas veces había querido volver a la ciudad donde le conocí por primera vez, donde mi amiga Mery nos había presentado en aquel bar de la esquina de su casa, donde nos vimos y supimos que estábamos hechos el uno para el otro. Aunque el destino se había empeñado en separarnos seis largos meses, ya era hora de volver. Y así lo había hecho.

Al bajarme del tren y ver que él estaba ahí de pie mirándome, me quedé helada, pensé en lo mucho que le echaba de menos y en las cosas que me había perdido todo este tiempo. Pero, aunque el destino nos había separado, había conseguido también volver a juntarnos. Corrí hacia sus brazos sin poder evitar derramar unas lagrimas, el pañuelo azul que él me había regalado cayó al suelo para luego tocar suavemente sus manos y seguidamente mi cuello. 

Por fin había vuelto a casa, junto a él.







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